| martin groisman on Tue, 18 Feb 2003 14:55:01 +0100 (CET) |
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| [nettime-lat] a proposito de big brother |
El(reality)show debe continuar
por Martin Groisman
La caja boba, la realidad y los espejitos de colores
La Televisión -como muchas otras cosas en los últimos tiempos - ha
cambiado.
En su origen un simple artefacto electrodoméstico destinado al
entretenimiento y la información, ha pasado a convertirse en uno de los
instrumentos privilegiados de dominación y control social utilizados por el
“nuevo orden mundial”, ocupando un lugar estratégico en el proceso de
formación de la opinión publica (léase ideología).
Todo lo que en ella sucede obedece –casi exclusivamente- a fines económicos
y políticos (no siempre muy evidentes).
Las grandes corporaciones han construido sus imperios mediaticos, con la
única certeza que ha quedado en pie, globalizacion mediante: quien controla
la información, controla el mundo.
En un país conmovido por la crisis social y económica más dramática y
profunda de su historia, la televisión –una vez más- puede ser vista como
un espejo de la realidad. Pero no se trata de cualquier tipo de espejo,
sino uno de esos espejos de feria de pueblo (cóncavos o convexos) que nos
devuelven una imagen deformada y grotesca de nosotros mismos.
La proliferación de todo tipo de programas basados en el mismo concepto:
convocatoria masiva de gente “común”, su selección y posterior eliminación,
obliga a preguntarse por el sentido de todo esto en el contexto actual.
En el principio fue el big brother
Cuando en 1948 George Orwell escribió su novela “1984”, imaginaba como
seria el mundo en el futuro: Una sociedad cuya mayoría vive en condiciones
de esclavitud, totalmente sometida por un estado totalitario que rige la
vida y los destinos de todos sus ciudadanos. Esta pesadilla de sometimiento
total se encarna en la figura del “Big Brother”, un ser siniestro y
omnipresente que vigila y controla a la gente a través de pantallas
ubicadas hasta en los espacios más íntimos de su vida cotidiana.
Lo que nunca imaginó Orwell es que, en ese futuro tan temido, -es decir, hoy
- su idea pesadillezca del telecontrol, pasaría a convertirse en el
“entretenimiento” televisivo más exitoso del recién estrenado siglo XXI.
El nuevo formato “estrella” de la tv, el reality show, -si bien es
importado– ha sido adoptado fervientemente por productores y publico en
general, pasando a convertirse en un claro exponente televisivo del estado
de conmoción y confusión en el que se encuentra la gente en nuestro país.
La dinámica del “gran hermano” es muy simple: encerrar en una casa a un
grupo que debe ir “eliminando” a sus compañeros hasta alcanzar la victoria
final: ganar plata y -fundamentalmente - ser famosos.
En el camino, el publico asiste a la televisacion –en directo- de los
vaivenes de la relación de los participantes, que a través de
intrascendentes charlas y apasionantes acciones como tomar un jugo, hacer
las camas o dibujar en la pared, nos revelan por donde van pasando sus
emociones, amores y odios.
No interesa el talento, no interesa la formación, no interesa la
solidaridad. Lo único importante es ser lo suficientemente psicópatas como
para seducir al público, superar a los demás competidores y ganar, a
cualquier precio.
Con el éxito logrado por este primer experimento, aparecieron las diferentes
variantes de “realitys”: expediciones a islas paradisiacas, fabricación de
cantantes pop, selección de futbolistas, actores que “hacen” de gente común,
gente que busca (desesperadamente) trabajo, parejas infieles, etc, etc.
Todos quieren ser famosos por un día (o por lo menos dos.)
El ultimo gran invento del genero, ha llevado las cosas a un terreno que
abre las posibilidades de la imaginación hasta limites imposibles. Se trata
de un concurso de preguntas y respuestas (un clásico de toda la vida), pero
con el agregado de un dispositivo que registra la frecuencia cardíaca del
concursante. A mayor adrenalina, mayor velocidad de sus pulsaciones.
Frente a esta escena, cabe imaginar la fantasía –oculta- de los productores
y espectadores: asistir al momento exacto en el que el concursante –víctima
de la tensión a la que se ve expuesto- revienta de un infarto. Rating
garantizado!
Siguiendo en esa línea, podemos proponer a los productores de TV un nuevo
programa que se llame “Electro-shock”. A cada respuesta incorrecta, se
aplica una pequeña descarga eléctrica. Gana el participante que logra salir
antes de quedar completamente lobotomizado...
Mas allá de la temática que adopte el programa, lo que se pone en juego en
cada uno de estos casos es una metáfora –muy poco sutil- del modelo de
exclusión social y sus valores dominantes.
La ley darwiniana de la supervivencia del más apto, se pone en escena de
manera brutal. Las leyes del mercado (neoliberal) autorizan la practica
desleal, la zancadilla, y el valetodo.
Mi marido se acuesta con mi hija, con mi mama y con el perro de la vecina
El universo televisivo actual no se limita a los realitys, ya que también
existen otros subgéneros de “ficción real”: los Talk shows, los programas de
chimentos, los programas con paneles, y todas las variantes actuales del
pseudoperiodismo.
Que significa esta proliferación de programas patéticos y decadentes, donde
ignotos personajes muestran sus miserias, su falta de talento, sus dramas
cotidianos?
Aquí se expresa con la mayor transparencia el verdadero rol de la TV actual,
su objetivo más preciado: la búsqueda de la saturación por vía de la
repetición, para lograr el embotamiento total. El nuevo opio de los pueblos
se suministra en altísimas dosis por vía electrónica.
La vigencia de la democracia garantiza la libertad de expresión. Esto obliga
a refinar los mecanismos de control de la información. La televisión ha
adoptado una nueva forma de censura –sutil, pero despiadada- que trabaja con
la siguiente consigna: se puede hablar de todo, pero poco.
En cualquier programa de las 3 de la tarde podemos ver un travesti
explicando lo difícil que es su trabajo en las calles, se puede hablar del
aborto, de curas pederastas, de policías narcotraficantes, de jueces
corruptos, de chicos que comen basura en la calle, etc., etc.
Ningún tema esta vedado, pero eso si... nada merece una reflexión que exceda
los dos minutos y medio. NO vaya a ser que la charla se extienda demasiado y
se arribe a alguna conclusión inquietante.
Nos vamos a un corte y enseguida volvemos... con otro tema de candente
actualidad.
buenos aires, octubre de 2002
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